Imagínate vivir con miedo, frustración, inseguridad, vigilancia intensiva, enemigos públicos y mucha pero mucha preocupación. Te asusta, ¿verdad? Pues ahora, deja un momento lo que estés haciendo y párate a pensar que esta es la realidad de las personas que viven en la laguna de Cajamarca. Ver el documental La hija de la laguna me trajo muchas emociones. Pensar en las injusticias con las que algunas personas tienen que vivir. Tú pensarás, ¿porqué? Pues por el simple hecho de no tener el poder, de no tener la suerte en algunas ocasiones de saber escribir y leer y de no pertenecer al “gobierno” o al “grupo de los poderosos” como se les podría llamar después de ver este documental. Lo más resonante de todo es el contraste que existe (como es habitual) entre la gente que desea apoderarse de esa tierra para explotar todo su potencial y la gente que habita en ella. En la crónica de Joseph Zárate La dama de la laguna azul vs la laguna negra, “según economistas y políticos, llevaría al Perú hacia el Primer Mundo: vendrían más inversiones y por tanto más puestos de trabajo, modernas escuelas y hospitales, lujosos restaurantes, nuevas cadenas de hoteles, rascacielos y, como anunció el Presidente del Perú, quizá hasta un tren subterráneo en la capital” (Zárate, 1). Sin embargo, en el documental vemos cómo la protagonista Nélida respeta la naturaleza y el agua sagrada, dirigiéndose a ella como Yakumama (Madre Agua). Es más, cuando se va a vivir a la ciudad se pone a llorar y le cuenta a Máxima Acuña que echa de menos el campo, y las flores y sus animales porque no le gusta ver “solamente el cemento”.
Estas diferencias entre las clases sociales y a su vez grupos étnicos son abismales y entristecedoras. Porque, entiendo que haya gente que quiera hacer negocio y ganar dinero pero a veces me cuesta comprender cómo podemos ser los humanos tan dispares. Y sobre todo, cómo no nos preocupamos todos por igual por lo que nos verdaderamente mantiene vivos, como el agua. Hay algunos que le dan suma importancia a extraer ese oro, ¿pero a costa de qué? ¿A costa de desalojar a sus habitantes injustamente, y aprovecharse de su inaptitud para leer y entender los documentos? ¿Qué precio estamos dispuestos a pagar por ese oro?