Desde épocas ancestrales, la comunidad gitana, con su definición como un pueblo que ni tiene ni quiere un territorio, es una de las minorías étnicas más grandes del mundo en la que su imagen se asocia con frecuencia a estereotipos que poco tienen que ver con la realidad.
En España, los gitanos han sido víctimas de una discriminación institucional histórica hasta que se comenzó a disolver el racismo con la Constitución Española de 1978 y casi de forma definitiva con la promulgación de la Ley Orgánica 10/1995 del Código Penal que derogó una ley del régimen franquista que identificaba de forma específica a los gitanos. Sin embargo, tras casi cuarenta años de democracia no se ha conseguido acabar con la desigualdad, la incomprensión mutua y, en el peor de los casos, el racismo.
Esta cultura tiene una gran dificultad a la hora de encontrar un trabajo ya que cuando muestran sus currículos y ven sus apellidos o su aspecto físico, ni siquiera se paran a mirar sus estudios o sus cualidades para ese trabajo, sino que solo piensan que son vagos y van a trabajar mal, es decir, se basa en prejuicios puros fundados en la discriminación social que son sometidos la mayoría de ellos.
Personalmente viví una experiencia con un sabor agridulce, puesto que cada año mis padres me llevaban a ver la Semana Santa de mi ciudad. Exactamente el Lunes Santo procesiona una cofradía llamada vulgarmente Los Gitanos; donde sus titulares van acompañados de miles de gitanos seguidos de bailes flamencos, alegría y una guitarra española, además de abundantes conflictos. Recuerdo que cuando pasaron por la Tribuna Principal dónde mi familia y yo estábamos viendo el paso de esta cofradía, me alejé de mis padres y me perdí entre la multitud de gitanos conocidos por su “conflictividad” porque suele haber enfrentamientos con los payos, población que no es de raza gitana, y en numerosas ocasiones con los agentes policiales ya que acostumbran a ir bajo los efectos del alcohol y sustancias estupefacientes. Ese fue el momento en el que mi familia reparó en que efectivamente los gitanos no son como realmente son descritos por la sociedad en la que vivimos. Ese día, una gitana con pelo negro y uñas muy largas, me cogió en brazos, se alejó de su familia y amigos que seguían a su “Moreno” de promesa y me ayudó a encontrar, con la ayuda de la policía, a mis padres, en el que al cabo de una hora me pude reencontrar con ellos. Ese gesto de bondad me ayudó a comprender desde niña que los gitanos no deben sufrir ningún tipo de discriminación ya que todos somos iguales y debemos de tener los mismos derechos sociales.
El racismo y el antiracismo van evolucionando de la mano- Marco Avilés