La última carta de Enrique

Entre las filas de presos que fueron fusilados en 1940 en Madrid, estuvo Enrique Fuertes Yarza, natural de El Prado, mecánico de oficio, supuesto “dirigente socialista” de su comunidad. Había nacido el 15 de junio de 1915, tenía 24 años cuando encaró el último estruendo. Para algunos, representaba “la barbarie mayor de la humanidad” (F. Franco, 16 de Febrero del 40). Antes de morir dejó escrita una carta a su esposa y sus hijas. En ella se sienten rasgos de admirable estoicismo. Un “que se va a hacer”, la suerte está echada, “hay que tener entereza y ánimo para sobrellevar con valor la tragica situación a que nos han conducido las circunstancias.” Las circunstancias son complejas. Un cambio estatal, sus convicciones y un poco de mala suerte le han llevado a ese lugar, pero allí ha aprendido algunas cosas también. “Voy –como se dice aquí– a los “luceros” completamente tranquilo…”, escribe Enrique, honrando el lenguaje de ese pueblo cautivo y contemplativo de la muerte. Se asegura, antes de partir, de mantener su honra intacta. Escribe “me matan no por asesino ni ladrón”, limpiándose de aquella criminología ideológica de al menos una de las posibles lecturas de su historia. Su muerte es el fin de la guerra, no de la justicia criminal.

De su esposa demanda una conducta de mártir, como si a través de ella continuara su honor republicano afectando la distopía venidera, que su espíritu justo ha de ver por encima con desdén.

“Te pido en mis últimos momentos, que por muy crítica que llegara a ser la situación, pre eras sucumbir antes que humillarte alargando el brazo para recoger el pedazo de pan, que pretendiendo disfrazar su culpabilidad o queriendo ocultar con falsa compasión sus nefastos sentimientos, intentaran ofrecerte mis asesinos.”

El dolor y la muerte sucumben ante la supremacía ética. Enrique percibe su muerte, en conjunción con todas las muertes injustas, como un fenómeno de consecuencias religiosas. Su esposa, para él, una suerte de amante de la suya feligresía.

“Conserva esta mientras vivas como expresión de mi último pensamiento.”

Un testamento sagrado, superior a la corrupción de la ley y el instinto personal de supervivencia.

One thought on “La última carta de Enrique

  1. Buen ejemplo de carta de un condenado de muerte. Me habría gustado ver un análisis crítico/histórico/literario de este caso. Es decir, por ejemplo, del dramatismo y del lenguaje de los afectos que dejan entrever, quizá, una contradicción ideológica: un republicano condenado a muerte pidiéndole una actitud cristiana a su esposa.

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