De La incógnita, novela compuesta por Galdós entre los últimos meses de 1888 y los primeros de 1889, se ha escrito mucho sobre el porqué de su forma epistolar. Desde Janet Altman, quien considera que el recurso de la escritura epistolar es un recurso más para crear “an illusion of veracity and authenticity”[1] hasta Francisco Caudet, quien en el prólogo a su edición en Cátedra (2004) lo ve como un experimento narrativo más en el marco del proyecto realista-naturalista del autor canario, resulta innegable que la forma en que está escrita la novela condiciona la interpretación del contenido. Mención aparte merecen, para la aproximación que voy a realizar aquí, los ensayos de Sobejano[2] y de Tsuchiya[3]. El primero porque delimita el tema de la novela: “la opinión: la opinión particular y la opinión pública” (91); la segunda porque es capaz de analizar el recorrido inverso del contenido hacia el lenguaje. Para Tsuchiya, “[a] desire for truth motivates Infante’s interpretive activity” (338) y, al mismo tiempo, lo cambiante de su visión de la realidad hace imposible llegar a la verdad.
Es de esos dos aspectos, opinión y verdad, de los que me ocuparé a continuación.
Por opinión debemos entender la visión parcial e incompleta de los hechos acaecidos en Madrid que Infante le hace llegar por medio de cartas a don Equis X, en Orbajosa. La verdad sobre esos hechos se va posponiendo a lo largo de la obra, hasta el punto de que no será hasta Realidad, “la contrapartida dialéctica” de la novela que nos ocupa, cuando se desvelen propiamente los enigmas que se van alimentando en La incógnita por medio de la acumulación de experiencias y valoraciones subjetivas del protagonista[4].
Para Sobejano “ la opinión es, en el mejor de los casos, una certeza subjetiva, y en esto se diferencia de la certeza objetiva, verdad o realidad” (94). En efecto, la información que Infante va trasladando al destinatario de sus cartas no es más que una apariencia de verdad construida a través de sus impresiones subjetivas y su capacidad para acoplar su sensibilidad a aquello que ve, escucha o lee. La novela está construida, entonces, sobre una doxa que puede ser superada únicamente por la verdad —verdad que también debe enunciar el propio Infante. La literatura está preparada para especular acerca de la verdad. El sujeto moderno espera entonces colocado en una suerte de hiato —lejos de la verdad—, del que desconoce si será o no interminable. Es lo que Proust llamó el sujeto que resiste y Badiou llama el sujeto que espera[5]. En este sentido en que propongo que el encuentro entre filosofía y literatura es condición indispensable para la modernidad del cambio de siglo en España. La relación que la filosofía adopta para con la literatura es ambivalente y no abandonará esa ambivalencia hasta nuestros días. Badiou reconoce la importancia de una literatura (para él representada por Mallarmé y Beckett) definida por la verdad que —a su vez— la literatura es capaz de pensar. Considerar a la literatura una forma de pensamiento plantea muchos problemas, algunos de los cuales ya los ha señalado Lecercle (en Badiou and Deleuze read Literature, 2010 ). Él afirma que para Badiou, la literatura constituye una forma especial de pensamiento equivalente —pero no reducible— a la filosofía[6]. En mi opinión, la afirmación se sostiene si incluimos el especial tratamiento de la doxa que hace la literatura, algo que está ausente en la lectura de Lecercle. En esto, encuentro en Galdós el primer ejemplo moderno de la incidencia que la literatura tiene como necesidad del pensamiento filosófico (y no al contrario). El protagonista de Galdós persigue (espera)—como el lector— distintas verdades a lo largo de la obra. La primera tiene que ver con el honor de Augusta, la segunda con la muerte de Federico Vieira. En el impasse anterior a la verdad, nos presenta el mundo en términos de apariencias; es una premisa que aceptamos como lectores toda vez que la resolución del enigma aparece como un horizonte de acontecimiento, una incisión en nuestra espera que se producirá fuera de la doxa (para-doxa). Respecto a la primera incógnita, es en la duermevela, cuando a Infante se le aparece clara la verdad:
“[A]noche tuve una revelación… ¿Crees tú que cuando dormimos, o cuando nos hallamos en ese estado psicológico fronterizo entre el sueño y la vigilia, estado en que se confunden la estupidez y la perspicacia, puede venir un espíritu a ingerirnos en el cerebro una idea, o a murmurar en nuestro oído palabras que son la cifra de un misterioso enigma? (256)
La verdad revelada a Infante en el “estado fronterizo del sueño y la vigilia”, y su capacidad de ser interpretada por el lector como enunciación más allá de la doxa —o, por el contrario, como una continuación del sistema de opiniones y experiencias subjetivas del emisor de las cartas— tiene que ver, a mi juicio, con esa “necesidad de la literatura” que Badiou clama para la filosofía desde Le Siècle. Infante es el sujeto de un acontecimiento —la revelación de la verdad— que irrumpe en su búsqueda desde un tiempo y un espacio otros[7].
Pienso entonces que, si aceptamos que la forma esencial de la opinión es el comentario (hablado o escrito, Sobejano 92), la forma esencial de la verdad tiene que ser la revelación. Esa revelación comparte con l’événement ciertas características básicas como la fragilidad, la vulnerabilidad, su naturaleza de incisión en una continuidad y su condición de rara ocurrencia. Infante ejemplifica ambos modos de hacer a la perfección merced a su tendencia, como afirma Tsuchiya, “to view reality in ters of extremes”. Sin embargo, lo que creo que resulta interesante es ver cómo esos dos modos de hacer, verdad y opinión, se comunican constantemente y cuáles son los mecanismos por los que lo hacen.
[1] Altman, Janet. Epistolarity: Approaches to a Form. Columbus: Ohio State UP, 1982.
[2] Sobejano, Gonzalo. “Forma literaria y sensibilidad social en La incógnita y Realidad, de Galdós.” Revista Hispánica Moderna 30 (1964), pp. 89-107.
[3] “La incógnita and the Enigma of Writing: Manolo Infante’s Interpretive Struggle.” Hispanic Review, Vol. 57, No. 3 (Summer, 1989), pp. 335-356.
[4] A esto hay que sumarle la reproducción de ciertas características de la novela criminal y de los folletines, pero no me voy a ocupar de eso aquí.
[5] Aquí es donde quizá entraría la estética de Rancière: la literatura puede pensar esa condición en suspenso hacia la verdad (L’espace des mots).
[6] La paradoja es que las lecturas que Badiou propone son extremadamente problemáticas (**comentaré por qué).
[7] En Realidad será la sombra de Orozco quien enuncie la verdad (esta vez con otro tipo de enunciación, lo comentaré entonces), como en Electra. La evolución desde una revelación sin forma ni sin voz hasta la aparición de una sombra que sea capaz de enunciar la verdad por sí misma me parece importante y (de nuevo) no creo que pueda explicarse sin tener en cuenta los debates contemporáneos sobre palabra, fenómeno y metáfora. Aquí es la literatura la que tiene que apoyarse en la filosofía para recuperar la doxa como enunciado válido.